En el ultimo post, un articulo publicado en el semanario La Directa, contábamos como Egipto seguía utilizando como carta política la libertad de sus presos de conciencia para liberar tensiones con Washington, repitiendo el modelo de la era Mubarak. Así se podían explicar las ordenes de liberación que los tribunales egipcios lanzaron para activistas populares como Mahienour el-Masry o Alaa Abd el-Fatah (mientras obviaba otras con riesgo grave de salud) previa a la visita que el general Sisi, presidente egipcio, debía hacer a Estados Unidos con motivo de la asamblea general de las Naciones Unidas. Englobado en el contexto de la nueva vieja lucha contra el fantasma islamista, en Washington se reuniría con Barack Obama, a quién arrancaría el compromiso de agilizar la transferencia (aka regalo) de dos helicópteros Apache al ejército egipcio.
Los helicópteros no tardaron en llegar al valle del Nilo. Y poco menos en ser utilizados.
Si una cosa sirve a los regímenes políticos despóticos para replegarse internamente y conseguir apoyos internacionalmente ese es el fantasma de la amenaza terrorista. El pasado 24 de octubre una explosión en un checkpoint en Xeikh Zuweid, en el norte del Sinaí, dejaba un balance de 30 soldados muertos. Una segunda explosión añadía 3 nuevos soldados muertos.
El presidente Sisi convocaba de urgencia el Consejo de Defensa Nacional y se decretaba el Estado de Emergencia y un toque de queda en el Norte del Sinaí. Se cerraba la frontera con Gaza, se denegaba el acceso al país a una delegación de Hamas y las negociaciones de paz entre palestinos e israelíes previstas para estos días eran forzadas a posponerse. El general Sissi traspasaba poderes al primer ministro Mehleb cuando ni 24 horas antes, de forma sorprendente, ya había hecho lo propio con en el Ministro de Defensa y Jefe de las Fuerzas Armadas, Sedqi Sobhi. En los siguientes días se emitirían nuevos decretos por el despliegue del Ejército ante todos los edificios oficiales, y por la extensión de los juicios militares a población civil, uno de los puntos calientes de esta turbulenta transición. Turbulenta y en claro retroceso militarista.
Al día siguiente al sangriento atentado el ejército egipcio estrenaba los helicópteros Apache regalados por Estados Unidos acabando con la vida de 15 personas, presuntos guerrilleros islamistas, mientras los tribunales ya no tenían reparo en condenar a 3 años de prisión a 23 activistas seculares por haber roto la draconiana Ley de Manifestaciones. Las acciones militares se sucedían, las redes se llenaban de videos en los que soldados humillaban y torturaban sin contemplaciones a detenidos y se ordenaba la creación de una "zona de Seguridad" en Rafah y el derrumbe de todas las casas que se encontraran a menos de 300 metros de la frontera con la franja de Gaza. Cerca de 800 casas y 1200 familias evacuadas. La compensación por perder sus casas: 30 miserables euros mensuales en una zona en la que los alquileres superan fácilmente los 100. Y eso a pesar que un vídeo muestra como el general Sisi mismo rechazaba una solución de este calibre hace solo dos años y alertaba que hacer algo así podía fraccionar la sociedad local.
Los medios empezaban a aplicar su particular visión de los hechos. El canal Nahar anunciaba que vetaría la presencia de contertulios que hicieran la mínima crítica a las Fuerzas Armadas a la vez que se anunciaba el fin del programa "Akher Nahar" del popular presentador Mahmoud Saad después que el presentador mencionase en antena la derrota militar de 1967. El revuelo provocado por la censura obligó a rectificar parcialmente a los directores de la cadena.
Todo eso se produce en medio de una brutal campaña para acabar con la disidencia en las universidades, con decenas de estudiantes expulsados otras decenas más detenidas por la policia y con asaltos regulares de las fuerzas policiales a los campus universitarios, que se han convertido en un autentico terreno de guerra. El pasado 15 de octubre moría un estudiante en Alejandría en enfrentamientos con la policía. Pero no solo los estudiantes, los activistas o los islamistas están bajo el ojo del huracán. La policía egipcia detenía el pasado día 29 un miembro de sus servicios secretos acusado de atentar contra la seguridad nacional después que este hiciera unas declaraciones en los medios afirmando que la inteligencia egipcia no pasó información fidedigna al expresidente islamista Mohamed Mursi, depuesto militarmente el verano de 2013, durante su corto pero intenso reinado. Las elecciones parlamentarias, prometidas casi un año atrás y constantemente pospuestas sin más explicaciones, siguen si verse en el horizonte. Pero de poco importa cuando la situación es la que es. Hasta el Centro Carter cerraba sus oficinas en Cairo al no ver perspectivas de transición alguna en el país.
Lejos de incomodar a la Casa Blanca, ese mismo día el secretario del tesoro estadounidense, de visita en Cairo, aseguraba que Washington preparaba un inminente paquete de ayudas económicas a Egipto por valor de 200 millones de dólares. Incluso los representantes consulares de Estados Unidos calificaban de cordial una visita al ministro del Interior Mohamed Ibrahim en la que afirmaban su plena colaboración con los cuerpos policiales en medio de un clima tan convulso. Con el retorno de la normalidad de las relaciones con la Casa Blanca Egipto ya podía volver a encarcelar al activista Alaa Abd el-Fattah, cosa que hacía pocas horas después.
Pero no solamente la Casa Blanca aplaudía. El Banco Mundial destacaba que Egipto era el país que había aplicado más medidas para facilitar los negocios en la región. Un auténtico y completo Deja vu que rememoraba aquel titulo de "mayor reformista del planeta" otorgado en 2007 por el Banco Mundial cuando el país estaba a las puertas de la oleada de mayores protestas obreras desde hacía 60 años.
El general Sissi, exultante, lo dejaba claro hace unos días en una entrevista: "Algunas potencias intentaron moldear un nuevo Próximo Oriente; pero han fracasado".
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