Hoy, 3 de julio, se cumple el primer aniversario de la deposición del presidente Mohamed Mursi.
Hoy, 3 de julio, se cumple el primer aniversario de la caída del primer presidente civil de la historia del país árabe y africano más poblado.
Hoy, 3 de julio, se cumple el primer aniversario del fin al corto y fracasado reinado de los Hermanos Musulmanes en Egipto, al más alto reto del islamismo político en el poder
Hoy, 3 de julio, se cumple el primer aniversario del golpe de estado que no lo fue. Ya que lo que sucedía no merecía ese apelativo ya que era algo mucho más complejo y difícil de definir. Al menos eso es lo que nos dijo la diplomacia estadounidense, repetidamente en boca de la portavoz Jen Psaki, y del comisario de la UE Bernardino León.
Pero un año después la realidad se hace tozuda.
Un año después, aquél golpe que no lo fue nos ha arrojado un escenario que, si no es de golpe, pues mucho se le parece. Dejando de lado que ya por entonces los militares detuvieron y secuestraron extrajudicialmente al jefe del estado y lo confinaron en un lugar desconocido cuyo paradero fue ocultado hasta a la representante de la Unión Europea, quien fue llevada ante Mursi con los ojos vendados. Dejando de lado que ya por entonces se produjeron las matanzas de cientos de partidarios del depuesto presidente, un centenar de ellos al cabo de tres semanas frente a la sede de la guardia republicana donde se creía que lo tenían detenido y ya medio millar al cabo de pocos meses en las acampadas de apoyo. Dejando de lado la vuelta con esplendor del corrupto cuerpo policial, de los hombres del PDN de Mubarak, de la persecución de la prensa y de un largo y extenso etcetera.
Un año después el hombre que lideró aquella deposición y que juró y perjuró no tener ansias de poder es el jefe de estado tras unas elecciones de risa con unos resultados de república bananera. Hasta su títere comparsa en las urnas tuvo que decir que los resultados eran un "insulto a las inteligencia de los egipcios". Desde Occidente, silencio. Hasta los diplomáticos europeos tuvieron que frenar la huida en masa de sus observadores para tapar el fiasco electoral. Lo primero es lo primero. Y eso no parece pasar por dar voz a los egipcios.
Los datos de la represión acongojan. Según wikithawra los muertos superan los 3 mil, más de 18 mil heridos y más de 40 mil personas detenidas, aunque otras organizaciones reducen a la mitad el número de arrestos. En los primeros 7 meses tras el golpe al menos 48 personas murieron por tortura bajo custodia policial. Los tribunales han emitido penas de muerte a cientos de manifestantes acusados de formar parte de un grupo terrorista (aka los Hermanos Musulmanes) a pesar que entre los procesados se encuentren cristianos y gente claramente apolitizada. Miles de presos están en huelga de hambre, algunos como Mohamed Sultan, desde hace 160 días. No solo la hermandad ha sido ilegalizada, también lo han sido organizaciones seculares como la revolucionaria del 6 de abril, quién en su día apoyo las movilizaciones contra Mursi que dieron paso al golpe militar. Egipto se situó entre los países en que resulta más difícil trabajar como periodista, según denunciaban Periodistas sin Fronteras. En la cárcel se encuentran diversos periodistas cuyo delito fue hacer su trabajo. Los medios hablaron recientemente de la sentencia contra los periodistas de Al-Jazeera, condenados usando pruebas inaudibles, videoclips musicales y reportajes grabados en terceros países, pero no son los únicos periodistas entre barrotes. De hecho la misma semana de la condena a los periodistas de la cadena qatarí otro periodistas egipcio fue condenado a 3 años de prisión en Suez. Voces críticas aunque de renombre como las del escritor Alaa el-Aswany o el humorista Basem Youssef también han sido silenciadas en maniobras que parecen coartar claramente la libertad de expresión.
En Egipto, hoy en día, informar es peligroso y manifestarse es subversivo. Y no hace falta ser islamista. Al menos dos docenas de manifestantes de grupos izquierda y seculares han recibido recientemente una sentencia de 15 años de prisión por haber incumplido la ley de manifestaciones que, básicamente, limita el derecho de manifestación hasta el limite de prohibirlo de forma practica. También en Alejandría una decena de activistas de izquierda han recibido penas de prisión por motivos similares, en su caso por montar una protesta en apoyo a Khaled Said, considerado el mártir de la revolución del 25 de enero.
Curiosamente Sisi fue nombrado presidente un día después de que se cumplieran 4 años de la muerte del joven alejandrino a manos de la policía. 4 años después los autores de ese asesinato están a un paso de la libertad después que los tribunales decidieran reabrir el caso y revisar las condenas. Lo mismo que sucedió con los 4 policías condenados por la muerte por gasificación de 36 reclusos y cuya sentencia fue ordenada revisar 24 horas antes de que Sisi tomara posesión del cargo. Dos ejemplos de la impunidad que vuelve a reinar en el país del Nilo. Aun a día de hoy seguimos sin condenas contra los responsables de la muerte de 846 manifestantes durante las protestas de enero de 2011 contra el presidente Mubarak. Lo mismo parece suceder con los responsables de la corrupción, quienes están consiguiendo absolución tras absolución volver a gozar de la libertad. De entre los últimos, los hijos del rais Mubarak, quienes lograron la semana pasada que los tribunales pidieran su libertad en uno de los casos que hay en su contra.
Algunos hablan de que han vuelto los tiempos de Mubarak. Otros que esto es algo mucho peor.
Pero si alguna cosa arroja que han vuelto los años de Mubarak no es ni la represión ni la vuelta al ruedo de los corruptos cuerpos policiales egipcios ni los antiguos ministros. Si algo determina que se vuelve a los años de Mubarak es el papel occidental. La política de hechos consumados, por un lado, la vista gorda por otros. El silencio mediático al que se arroja el país, que parece que ha perdido la primacía informativa que si tuvo en los años anteriores, se va asemejando cada vez más a la de los años de Mubarak en la que parecía que nada sucedía pese a que las cosas estaba claramente en ebullición. Hoy en día decenas de miles de presos están en huelga de hambre sin que nadie hable de ello, por ejemplo. Y las noticias sobre Egipto raramente pasan del breve en los informativos y de la pasada rápida en algunos, cada vez menos, medios impresos.
Es aquí donde vuelve el régimen de Mubarak. Gracias a ello revive.
Es aquí donde vuelve el régimen de Mubarak. Gracias a ello revive.
Los informes de la UE o la Casa Blanca respecto a las ridículas elecciones del mes pasado o los continuas declaraciones e informes que sacan los cuerpos diplomáticos parecen un calco de las escritas bajo el tiempo del rais. Los informes, tras los malabarismos del verano pasado para no llamar golpe de estado a lo que era claramente un golpe, solo arrojan una vez más que lo que importa para Occidente en Egipto no son sus ciudadanos ni la extensión de la miseria humana y material en que la gran mayoría de los egipcios vive. No importa ni la corrupción ni el poder feudal del cuerpo de policia. O al menos no son prioridades ante la geoestrategia y los negocios en el país. De echo no importa ni si reinan barbudos o hombres con casaca militar. Da igual.
Importa restaurar los negocios en la zona, que se cumplan los contratos (que da igual si eran corruptos o no) con los que Unión Fenosa robaba el gas egipcio. Si se tiene que comprar a Israel para que la compañía no lleve Egipto ante el CADCI, da igual. Lo primero es lo primero. Y sigamos protegiendo al corrupto Hussein Salem.
Eso es lo que se puede deducir de todos los informes o incluso de la reciente e histórica comparecencia del señor Avello Díez del Corral, embajador español en Cairo, ante la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso de los Diputados. Ante los diputados defendió tanto a lo que denominó como "acompañamiento" del proceso como a la hoja de ruta trazada por los militares tras el golpe y que, pese algunos puntos, esta se estaba cumpliendo. Y las prioridades son las prioridades y se hacen los malabarismos que haga falta para justificar lo que pasa en Egipto y defender que se necesita reforzar la cooperación con las autoridades locales. Acompañamiento le llaman. Como si a parte de militares fueran niños. Si en lugar de en el valle del Nilo la mitad de esto sucede en alguna república bolivariana del Caribe las palabras ya serían otras. Pero eso ya es otro tema.
Uno puede escudarse donde quiera. En la popularidad de la deposición del islamista Mursi, en las movilizaciones masivas del 30 de junio que precedieron el golpe o en el despotismo del gobierno de los Hermanos Musulmanes. Uno puede escudarse donde quiera. Llenamos de eufemismos para justificar lo dificilmente justificable, nos escudamos en la complejidad del lugar para no decir nada más que absurdidades y centramos la atención en otros puntos del planeta.
Pero al pan pan y al vino vino.
Y en Egipto, dictadura de casaca militar.
En Occidente, como siempre, complicidad mientras no nos toquen el chiringuito. Que en invierno queremos encender las estufita.
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