dimarts, 2 de juliol del 2013

Egipto espera la caída del presidente Mursi


Vuelta a la casilla de salida. El Ejército egipcio vuelve a dictar el camino de la transición egipcia. Como hiciera ya en febrero de 2011 con el dictador Hosni Mubarak, ahora amaga con un golpe de Estado ante el hermano musulmán Mohammed Mursi.
Cinco ministros del Gobierno de Egipto de Mohammed Mursi han dimitido  ya. El de Interior, Mohamed Ibrahim, trató de boicotear la reunión de ministerial para abordar la crisis de gobierno.  Mientras, el cuerpo policial sigue lanzando eufóricos comunicados respaldando el ultimátum militar y mostrando su completa satisfacción por el devenir del proceso. Incluso los salafistas d'El Nour, segunda fuerza de las ultimas legislativas, mostraron su comprensión con la rabia popular.

La policía apoya las marchas


Además, hoy se ha confirmado la destitución del Fiscal general del Estado por orden judicial. La cuenta atrás para el fin del ultimátum va descontando horas y se abre el debate sobre los posibles escenarios que puede dejar esta nueva intervención militar en la transición egipcia.

La tarde del lunes las Fuerzas Armadas lanzaban un ultimátum de 48 horas a las fuerzas políticas para encontrar una solución a la crisis de Gobierno y “responder a las demandas del pueblo”. El Ejército también afirma que no ansía recuperar el poder, que se siente bien con su posición actual, pero que no permitirán la escalada de la confrontación y el conflicto vivido en los últimos días. Un mensaje que las fuerzas de oposición ven como una inequívoca invitación a la dimisión del presidente, mientras este afirmaba que el mensaje le pillaba por sorpresa y que no entendía que se le exigiera la marcha.
El comunicado llegaba 24 horas después de que millones de egipcios se lanzaran a las calles de todo el país en contra del Gobierno de los Hermanos Musulmanes. Lo hacían convocados por la campaña Tamarrod (rebeldía) en el primer aniversario de la coronación de Mursi como presidente. Los responsables de la campaña anunciaban haber recogido más de 22 millones de firmas de rechazo al presidente en la campaña de desobediencia civil más potente de los últimos meses. Los manifestantes pedían la convocatoria anticipada de elecciones presidenciales ante el naufragio económico y las derivas autoritarias del gobierno de los Hermanos Musulmanes.
Significativamente las fuerzas armadas calificaban las movilizaciones como las más masivas de la historia y hablaban de cifras estratosféricas de participación que el ministerio de Interior acotaba a 17 millones de persones. Entre los manifestantes, gran número de jóvenes revolucionarios, pero también de partidarios de la intervención militar y, incluso, nostálgicos del antiguo régimen que se dedicaron a rebautizar lugares públicos con los nombres prerevolucionarios que rememoran al exdictador Mubarak. Incluso el último primer ministro del rais y oponente presidencial de Mursi, Ahmed Shafiq, anunciaba el fin de su exilio en los Emiratos Árabes y el retorno a Egipto, de donde huyó tras perder las elecciones y querer evitar sus 25 causas pendientes por corrupción. Shafiq incluso se autopostulaba como una alternativa al Gobierno islamista y planteaba la posibilidad de una coalición con el diplomático y premio Nobel de la Paz Mohammed el Baradei.
Las fuerzas policiales también han dado su apoyo a las marchas e incluso se han producido manifestaciones de oficiales pidiendo el fin del Gobierno de Mursi. Los enfrentamientos entre uno y otro frente, mucho más controlados que en anteriores ocasiones, se saldaron con quince víctimas mortales. Nueve de ellas se produjeron en el intento de asalto de la sede central de la Hermandad en el barrio cairota de Moqatam cuando partidarios islamistas dispararon munición real contra los manifestantes para proteger las oficinas políticas de la entidad ante el rechazo policial a defenderlas.
El mensaje del Ejército fue aplaudido eufóricamente por los organizadores de las marchas, quienes afirmaron que era la culminación de su campaña. Las fuerzas islamistas, descolocadas, seguían reivindicando la legitimidad electoral del presidente y tachaban de inaceptable golpe de Estado cualquier intervención militar. “No permitiremos cualquier vuelta al pasado” afirmaban fuentes presidenciales. Pero Mursi está cada vez más solo.

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