dimecres, 3 de juny del 2009

Las justificaciones del torturador, por Alla Al Aswany

El genial y reconocido escritor Alaa Al-Aswany reflexiona en éste articulo sobre la moralidad islámica en la tortura de la disidéncia política y social en Egipto. He aqui una traducción libre hecha por un servidor:

"Hace unos años fui invitado a la boda de un familiar. Allí me senté al lado de uno de los familiares del novio. Se presentó a si mismo diciendo “Mi nombre es éste y éste y soy oficial de policía”. El hombre tendría unos 40 años, muy elegante, educado y silencioso. Noté que tenía una marca del rezo en su frente. Nos intercambiamos cordialidades habituales y le pregunté “en que departamento trabaja usted?”. Dudó por un momento y me contestó “Departamento de Seguridad”.


Los dos quedamos en silencio y entonces él apartó su cara de mi y empezó a observar a los otros invitados. Mi mente empezó a dudar entre dos opciones conflictivas: debía volver a emprender la conversación educada de antes o debía expresar mi opinión francamente sobre los trabajos del Departamento de Seguridad del Estado? Al final no pude solucionarlo, pero intenté ponerle a prueba así que intentaré reconstruir la conversación que tuvo lugar seguidamente de la mejor forma posible:


“Perdone. Parece que es usted religioso” le dije.

“Gracias a Dios”

“No ve usted una contradicción entre su religiosidad y trabajar en la Seguridad del Estado?”

“Dónde debe estar la contradicción?”

“Gente detenida por la Seguridad del Estado son golpeados, torturados y violados y creo que toda religión prohíbe tales practicas.”

Él empezó a ponerse nervioso y dijo: ”Primero, aquellos que son golpeados, merecen ser golpeados. Segundo, si usted estudiara meticulosamente, encontraría que lo que hacemos en el departamento de Seguridad del Estado es completamente compatible con los estudios islámicos.”

“Pero el Islam es una religión que protege la dignidad humana”

“Eso es una generalización. He leído jurisprudencia islámica y conozco muy bien estas consideraciones.”

“No hay nada en la jurisprudencia Islámica que haga legitimar la tortura de gente.”

“Escúchame hasta que acabe, por favor. El Islam no tiene nada que ver con la democracia o las elecciones. La obediencia a un gobernante es deber para sus súbditos, incluso cuando éste ha usurpado el poder, es corrupto o injusto. Sabes que el Islam castiga a aquellos que se rebelan contra sus gobernantes?”

Me mantuve en silencio.

Él continuó entusiasmado. “Ellos se enfrentan al castigo de la haraba, que consiste en la amputación de la mano izquierda y el pie derecho. Todos aquellos que detenemos en la Seguridad del Estado se han rebelado contra el gobernante, y según la Ley Islámica deberíamos cortarles sus extremidades, pero no lo hacemos. Lo que hacemos es mucho menos de lo que permite el castigo Islámico.”

Nuestra discusión se prolongó por largo tiempo. Le conté que el Islam se había rebelado esencialmente para defender la verdad, la justicia y la paz. Le conté que la haraba era algo aplicable sólo a grupos armados que matan a gente inocente, les roban su dinero o los violan. No debe aplicarse bajo ningún concepto a los disidentes políticos egipcios.


El continuó insistiendo con su opinión y terminó la discusión diciendo: “Así es cómo entiendo yo el Islam. Estoy convencido de ello y no pienso cambiarlo. Seré responsable de ello ante Dios.”

Tras dejar la boda, me pregunté cómo un oficial educado y inteligente podía estar convencido de una interpretación tan errónea del Islam. Cómo había sacado del Islam unas ideas tan pervertidas? Cómo podía imaginarse por un momento que Dios nos permite la tortura de personas? Estas cuestiones me dejaron sin respuesta hasta unos meses después cuando leí un trabajo titulado “la psicología del Ejecutor.”

En él el investigador argumentaba que los torturadores se pueden dividir en dos grupos. El primero lo forman lo psicópatas, quienes actúan agresivamente sin remordimientos morales. El segundo grupo -que es el mayoritario- está formado por gente ordinaria que son psicológicamente normales y que, una vez dejan su trabajo, son rectos y adorables, con buenas costumbres.

Pero para ser capaz de torturar se necesitan dos condiciones: sumisión y justificación. Sumisión significa que el oficial de policía lleva a cabo la tortura siguiendo ordenes del superior y se convence a si mismo de que está obligado a acatar las órdenes. La justificación llega cuando el oficial se convence a si mismo de que la tortura está ética y religiosamente legitimada, normalmente porque cree que sus víctimas son agentes del enemigo de la nación, infieles o criminales. En su mente, que justifica su tortura como medida para proteger la sociedad y el país. Sin ésta justificación, los oficiales de policía no serían capaces de continuar torturando sus víctimas porque, en algún punto, sería incapaz de hacer frente a sus remordimientos de conciencia.

Recordé esto cuando oí sobre el arresto el abril pasado de dos estudiantes universitarias, Omnia Taha and Sarah Mohammed Rezq. La seguridad del campus de la Universidad de Kafr el Sheikh en el Delta del Nilo arrestó a dos mujeres jóvenes y las entregó a la Seguridad del Estado porque habían incitado a sus colegas a ir a la huelga. La Fiscalia los acusó de conspirar para derrocar el gobierno y ordenó su detención provisional durante 15 días para ser interrogadas. Pero honestamente, ¿cómo podrían dos mujeres de menos de 20 años intentar derrocar el régimen del Presidente Hosni Mubarak simplemente por hablar con sus colegas?

Además, llamar a la huelga no es en sí un delito ya que Egipto ha firmado decenas de convenios internacionales que reconocen el derecho de huelga como uno de los derechos básicos de los egipcios. Pero lo que es realmente triste es que supe por colegas de las dos niñas que en la Seguridad del Estado fueron violentamente golpeadas y torturadas y que el hombre que les golpeó y arrancó la ropa era un oficial superior. No es tan terriblemente sorprendente - los bloggers, izquierdistas y activistas islámicos son detenidos y torturados de manera rutinaria en Egipto, a menudo pasándose años en prisión sin cargos - pero de todas formas, es horrible.

¿Cómo puede un oficial de policía, que probablemente sea esposo y padre, golpear con brutalidad a una estudiante cómo su propia hija? ¿Cómo pudo hacer frente a su conciencia y mirar a su esposa y sus hijos a la cara? Es que este alto funcionario no se sintió avergonzado de sí mismo cuando golpeó a una mujer joven que ni siquiera pudo defenderse?

En el momento en que el Presidente Obama se prepara para su viaje a Egipto de esta semana, el régimen de Mubarak se enfrenta a olas de protesta social sin precedentes porque la vida se ha vuelto intolerable para millones de egipcios, que ahora no tienen otra opción que tomar las calles para proclamar su demanda de vida digna para los seres humanos. Hoy en día, en que entre el 40% y el 50% de los egipcios vive por debajo del umbral de la pobreza, Egipto se ha convertido en una nación con dos países diferentes - uno para los pobres y otro para los ricos.

En cuanto al régimen, ahora es totalmente incapaz de afrontar una reforma seria, por lo que empuja a la policía a enfrentar, reprimir y torturar personas, con vistas al simple e importante hecho de que los agentes de policía son, en primer lugar y ante todo, ciudadanos egipcios y que lo que se aplica a los egipcios en general se les aplica a ellos mismos. La mayoría de ellos sufren igual que lo hacen los demás egipcios.


A menudo me viene a la memoria el debate que tuve con el funcionario de Seguridad del Estado en la boda. Y recuerdo que un sistema político que basa su supervivencia en la represión falla siempre al observar que el aparato de represión, por poderoso que sea, debe estar formado por personas que forman parte de la sociedad y cuyos intereses y opiniones son en general comunes con los de el resto de la población. Así como la represión aumenta, un día llegará cuando las personas ya no puedan justificarse ante sí mismos de los crímenes que están cometiendo contra otras personas. En ese momento el régimen perderá su poder para reprimir y se recibirá el destino que merece. Creo que en Egipto se está acercando éste día."

Alaa Al-Aswany es el autor de las novelas "El edificio Yacoubian" y "Chicago".

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