Article publicat a Diagonal Periódico:
“Probablemente
se trate de una forma de democracia
creativa
que nunca antes hemos visto”. Con estas palabras defendía
recientemente
el asesor presidencial Mostafa Hegazy
la deposición militar del islamista Mohammed Mursi hace ya cerca de
dos meses. Dos meses en los que el país se ha sumido en la completa
fractura social y en la que sus calles han experimentado el peor
prolegómeno a una guerra civil que, si no llega a concretarse, será
porque los aliados regionales, de uno y otro lado, temen demasiado
las consecuencias que ello podría acarrear. Cientos de muertos,
miles de detenidos y procesos abiertos en una apabullante cacería de
brujas en lo que fuerzas policiales y militares, pero también
sociales y mediáticas, han venido a denominar “guerra al
terrorismo”.
Desalojo
sangriento
El
último charco de sangre se produjo a raíz del desalojo militar y
policial de las acampadas que los partidarios del presidente
islamista tenían organizadas en la mezquita cairota de Rabaa Adaweya
y la plaza de El-Nahda. Según fuentes oficiales, el desalojo era
imperioso puesto que las manifestaciones se habían alargado
demasiado en el tiempo, no eran pacíficas y los allí acampados eran
terroristas armados. Éstos lo niegan y afirman que mujeres y niños
formaban parte del cuerpo de manifestantes. Según el Ministerio de
Sanidad, 578
personas perdían la vida ese mismo día, aunque
la cifra aumentó días después. 228
en el desalojo de la acampada de Rabaa, 90 en la de el-Nahda y 260 en
los disturbios ocasionados en el resto de provincias.
De éstos, 43 eran reclamados por el cuerpo de policía, el resto
entraban en una disputa política sobre su pertenencia con vídeos
cruzados mostrando quién desplegó mayor violencia mientras la
oposición aplaudía y los militares se justificaban. “Cuando
lidiamos con terroristas, la consideración de los derechos civiles y
humanos no es aplicable”, afirmaría el portavoz del Ejército,
Ahmed Aly. “Hoy Egipto alzó su cabeza”, afirmaría el Frente
de Salvación Nacional,
la coalición secular de oposición a Mursi.
En
los violentos y armados enfrentamientos de los siguientes días al
menos 173 personas más perderían también sus vidas ante una
imparable deriva violenta que sumía, una vez más, al Sinaí egipcio
en el total caos y descontrol.
En
la polarizada deriva ‘mccarthista’ del país incluso la
dimisión como vicepresidente primero del diplomático Mohammed el
Baradei fue tachada de alta traición.
De hecho, el premio Nobel de la Paz deberá sentarse el próximo 19
de septiembre en los tribunales bajo esa misma acusación. Acusación
parecida a la que han recibido Esmaa Mahfouz y Esraa Abd el-Fattah,
las dos activistas del grupo 6 de abril crítico con la intervención
militar y contra quien la fiscalía ha abierto investigación bajo la
acusación de espionaje para países extranjeros. El asesor mediático
del presidente temporal Adly Mansour, Ahmed
El-Moslemany, lo dejaba claro: “El lugar de quien ataque al
Ejército está en las bolsas de basura, junto a tártaros y
cruzados”.
Incluso
los jóvenes de Tamarrod, quienes recogieron 22 millones de firmas
contra Mursi y organizaron las marchas masivas del 30 de junio que
justificaron la intervención militar, han sido objeto reciente de la
razia judicial. La
fiscalía ordenaba abrir investigaciones contra Mohamed Bader,
portavoz del grupo, por unas declaraciones en las que este se oponía
a la liberación de Mubarak.
Pocas horas después Bader daba marcha atrás de sus declaraciones y
reconocía respetar la decisión judicial. Mostafa Hegazy anunciaba
el fin del “fascismo religioso” mientras el muftí de la
república, el mubarakista Aly Gomaa, justificaba religiosamente el
asesinato de los partidarios de Mursi y grupos pedían a los egipcios
denunciar a los vecinos sospechosos de islamistas a través de las
redes sociales.
Demonización
del islamismo
La
rápida y brutal demonización del islamismo político ha dado carta
blanca a los militares, a quienes no se les puede negar haber logrado
el respaldo de una parte importante de la sociedad en esta guerra
sucia. El
general Al-Sisi, jefe de las fuerzas armadas, ha resultado entronado
por esta batalla y, mientras su retrato preside calles y mercados,
algunos lo denominan el nuevo Abd el-Nasser,
más por su brutal lucha contra el islamismo político que por
cualquier otro parecido ideológico.
Mientras
tanto, los líderes de los Hermanos Musulmanes iban ingresando
paulatinamente en prisión. Grabaciones del Ministerio del Interior
difundidas a los medios mostraban a los detenidos casi como trofeos
ante un cuerpo policial que parece haber recuperado el terreno
perdido en febrero de 2011. Caprichos del destino o tozudez de la
propia realidad, ni 24 horas después de que se anunciara a bombo y
platillo la detención del guía supremo de la Hermandad, Mohamed
Badie, un tribunal cairota ordenaba la liberación del exdictador
Hosni Mubarak. Aunque el proceso de liberación al presidente
depuesto en de 2011 se iniciara bajo mandato de Mursi, la imagen no
dejaba de esconder, simbólicamente, el espectacular cambio de
papeles producido en el país en tan corto período de tiempo.
Y
cuando eso sucede, una Casa Blanca completamente descolocada, y que
demuestra día tras día el fracaso de su red de asesores,
juega a amenazar a los militares egipcios con recortar los 1.300
millones de dólares anuales que entrega a las fuerzas armadas
egipcias si
la violencia no cesa. Lo hace evitando llamar golpe de Estado el
cambio de poder sucedido y sin convicción, sabiendo que de esta
colaboración militar depende su peso específico en la región. No
sólo eso, cancelar los contratos derivados acarrearía millonarias
indemnizaciones a las empresas armamentísticas de EE UU implicadas
que la Casa Blanca no parece dispuesta a asumir. Además Tel Aviv
presiona para que Washington se deje llevar por una política de
hechos consumados mientras las monarquías del Golfo, con Arabia
Saudí a la cabeza, prometen reponer con entusiasmo esa ayuda si
Obama corta el grifo. No van a dejar que se les vuelva a escapar el
pastel de ninguna de manera.
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